sábado, 10 de mayo de 2008

la yapa colombiana














Il retorno del Jedi... a cálidas tierras colombianas


Bueno, bueno, bueno… una vez más, caídos de la mata, nos dignamos a escribir unas breves, brevísimas líneas, sólo para que sepan que seguimos vivos – si es que todavía buscan este tipo de pruebas por aquí-.
Nos habíamos quedado en Ecuador, y de eso parece que hiciera un siglo… pasaron ya dos meses, y muchas rutas, muchos paisajes, mucha gente, así que no será éste un relato especialmente detallista.
Hubo regresos (como el de Vanesa, la tanguera salteña); separaciones temporales (como de Agustina y Daniela, en Quito, con quienes volveríamos a encontrarnos un tiempo después), intentos fallidos de vender artesanías; intentos exitosos de intercambiar artesanías por hospedaje; trabajos en bares colombianos; aventones (sí, aventones) como el de Felipe, el camionero paisa de oscuro pasado y generoso presente… hubo un poco de todo, en fin.
A ver, intentando ordenarnos: de Quito tomamos rumbo a Colombia. Pasamos por Tulcán, y en una jornada de puro bus, llegamos hasta Popayán, primera localidad colombiana en la que hicimos un alto.
Popayán es una ciudad hermosa, y la amabilidad de la gente, y sus encantos arquitectónicos ya nos daban la noticia de que la tierra del Pibe Valderrama es un lugar especial (y no sólo por el Pibe, claro).
Popayán, decíamos, es una ciudad hermosa, pero poco orientada hacia el macramé de vanguardia… de modo que tuvimos que marcharnos con nuestro arte hacia otra parte (más que nada por la rima).








Hasta allá habíamos llegado con Mr. Dobién y “Almuercito” Ramírez, olvidábamos aclararlo… Bueno, resulta que “Almuercito” tenía, por Cali, un amorcito… y desde Popayán hacia allí nos encaminamos, buscando él el calor de un abrazo mimosón, y nosotros, si fuese posible, alguna venta salvadora… Lo primero fue posible, claro, y Mr. Dobién y Ramírez decidieron hacer un afincamiento temporal en la nombrada ciudad. Lo segundo, pucha digo, no pudo darse, así que con algo de lástima – y después de conocer la fabulosa finca de las amigas y amigos de la señora Ramírez, no menos fabulosas y fabulosos ellos- nos separamos del dúo dinámico, yendo a Pereira, en el corazón del famoso Eje Cafetero.
No sabemos bien si habrá sido la cafeína que se respira en el ambiente, o las hormiguitas que se nos habían metido en los pantalones, pero tras una breve visita a Santa Rosa, y una degustación de sus famosos chorizos, volvimos a hacer dedo para llegar, en el camión de Felipe, a la enorme Bogotá…
La capital de Colombia nos sorprendió positivamente: en cuanto llegamos queríamos salir corriendo – después de un viaje de catorce horas, nótese-, pues nuestros pasos nos llevaron al espantoso barrio de Restrepo, la cuna del motel bogotano. Un buen café con leche y un par de panecillos de coco nos hicieron tomar la decisión correcta, sin embargo, y buscando, buscando, encontramos una zona mucho más linda, con un hostel mucho más cómodo y acogedor: llegamos al Sue III, en el corazón de La Candelaria.
Para colmo de bienes, Oscar, su propietario, aceptó nuestra propuesta de intercambiar trabajo y lámparas por hospedaje. De modo que estuvimos casi tres semanas en condiciones realmente gratificantes para nuestros cuerpos y espíritus cansados del trajín de la ruta.
















En esos días, conseguimos también trabajar en un café llamado “Hot and Cold”, a pasos nomás del hostel, y donde aprendimos a preparar capuchinos, de la mano de nuestros nuevos amigos David, Gina, Stanley, Andrea, y un largo etcétera.

Fue en Bogotá que Daniela y Agustina, a quienes habíamos dejado en Quito haciendo trámites burocráticos, volvieron a deleitarnos con sus risas y sus lecturas en voz alta. Y volvimos a ser cinco para recorrer los caminos colombianos.

martes, 6 de mayo de 2008

Carambolas


Demasiado relajados, proximamente novedades.......................