Bueno, bueno, nuestros fieles y perseverantes seguidores, aquí estamos de nuevo, para contarles qué anduvo pasando por los pagos de Chávez, y qué suponemos que pasará de ahora en más…
Hace ya más de un mes desde nuestra última entrada (la venezolana, que no los relatos del paraíso que anda haciendo nuestro Dedo Mayor). Ha sido un mes de puro trabajo, con el objetivo, entre ceja y ceja (la de Maipa y la de Santi… una para cada uno), de juntar tantos morlacos como nos fuera posible. En el caso de Meñique, para continuar su ascenso latinoamericano; en el caso de Pulgarcito, para pagar el pasaje de vuelta a Argentina. No han sido días vanos, en esa búsqueda.
Como les habíamos adelantado, encontramos en Coro una posada fabulosa, que por nombre lleva “Casa Tun-tun”. Muy musical, muy africana. Muy linda.
Durante los fines de semana nos vamos a la glamorosa Villa Marina: una simpática playita en la que se encuentran con religiosa puntualidad maracuchos, caraqueños, valencianos, puntofijenses y lindas gentes de otras procedencias, ansiosos todos por adquirir nuestra mercadería. “Eh, hippy, para ver tus cintillos”; “Cómo no, señora, puede probárselo, tenemos un espejito, es de hilo encerado, que no pierde color, ni se estira… tiene cintillo para rato, je, je, je”.
Con esta simple – y a la vez compleja- rutina, hemos logrado ahorrar algunos bolívares, sí, pero siempre estamos agazapados en busca de nuevas oportunidades. Y aparecen, no se crean… Coro fue, hace un par de semanas, sede del II Festival de Cine de los Pueblos del Sur. Una cuarentena de películas – largos y cortos- se proyectaron en varias salas de esta histórica ciudad, para beneplácito de nuestra cinefilia hambrienta. Pero, paralelamente, el diario Nuevo Día, con sede por acá nomás, convocó a un concurso de “crónicas” de las películas proyectadas, ofreciendo un premio no poco atractivo para la que considerasen la mejor de ellas, y la segunda. Nosotros, claro, no quisimos quedar fuera del juego y, mermando algo en nuestra febril producción artesanal, nos dispusimos a ver cuantas películas pudimos, para hacer tantas crónicas como nos resultase posible.
Hace ya más de un mes desde nuestra última entrada (la venezolana, que no los relatos del paraíso que anda haciendo nuestro Dedo Mayor). Ha sido un mes de puro trabajo, con el objetivo, entre ceja y ceja (la de Maipa y la de Santi… una para cada uno), de juntar tantos morlacos como nos fuera posible. En el caso de Meñique, para continuar su ascenso latinoamericano; en el caso de Pulgarcito, para pagar el pasaje de vuelta a Argentina. No han sido días vanos, en esa búsqueda.
Como les habíamos adelantado, encontramos en Coro una posada fabulosa, que por nombre lleva “Casa Tun-tun”. Muy musical, muy africana. Muy linda.
Allí hemos conocido a algunos de los personajes más divertidos y entrañables de este viaje: Tío Guille (por mal nombre "Tronko Siffredi"), Petit Napoleón, Platini, Little John, “Nebulosa” Naím, “Morocco” Sara y otros peregrinos. Linda gente, con quienes nos sentimos como en casa. Tun, tun.
Nuestro plan consiste en trabajar durante la semana en Coro, ofreciendo nuestros artículos de macramé, sobretodo, a los y las estudiantes de varias universidades. Estos, después de un mes y algo, están ya podridos de vernos, y, con algo de resignación, nos saludan cuando nos cruzan por la calle – que es seguido-: “¡Eh, hippies!”; “Hippies ya no quedan, amiga, los mató la Mezcalina”.
Nuestro plan consiste en trabajar durante la semana en Coro, ofreciendo nuestros artículos de macramé, sobretodo, a los y las estudiantes de varias universidades. Estos, después de un mes y algo, están ya podridos de vernos, y, con algo de resignación, nos saludan cuando nos cruzan por la calle – que es seguido-: “¡Eh, hippies!”; “Hippies ya no quedan, amiga, los mató la Mezcalina”.
Durante los fines de semana nos vamos a la glamorosa Villa Marina: una simpática playita en la que se encuentran con religiosa puntualidad maracuchos, caraqueños, valencianos, puntofijenses y lindas gentes de otras procedencias, ansiosos todos por adquirir nuestra mercadería. “Eh, hippy, para ver tus cintillos”; “Cómo no, señora, puede probárselo, tenemos un espejito, es de hilo encerado, que no pierde color, ni se estira… tiene cintillo para rato, je, je, je”.
Con esta simple – y a la vez compleja- rutina, hemos logrado ahorrar algunos bolívares, sí, pero siempre estamos agazapados en busca de nuevas oportunidades. Y aparecen, no se crean… Coro fue, hace un par de semanas, sede del II Festival de Cine de los Pueblos del Sur. Una cuarentena de películas – largos y cortos- se proyectaron en varias salas de esta histórica ciudad, para beneplácito de nuestra cinefilia hambrienta. Pero, paralelamente, el diario Nuevo Día, con sede por acá nomás, convocó a un concurso de “crónicas” de las películas proyectadas, ofreciendo un premio no poco atractivo para la que considerasen la mejor de ellas, y la segunda. Nosotros, claro, no quisimos quedar fuera del juego y, mermando algo en nuestra febril producción artesanal, nos dispusimos a ver cuantas películas pudimos, para hacer tantas crónicas como nos resultase posible.
Fueron cuatro, al final, no tantas. Pero suficientes: logramos hacernos con el primer premio del certamen, acrecentando nuestras arcas, sí, pero también nuestro ego, que no es menos importante.
Además, hubo entrega del premio en la gala de cierre del festival, sobre alfombra roja, momento que quisimos inmortalizar en una fotografía que nos hiciera quedar como “poetas malditos”, en actitud irreverente e iconoclasta. Quedó esto, bue, quevasé.
Así las cosas, Pulgarcillo ya sacó el pasaje de vuelta a Buenos Aires, con fecha del 15 del corriente mes. Al respecto dijo: "qué huelga, ni huelga... ahora se van a enterar de lo que es el desabastecimiento".
Meñique, por su parte, continuará un tiempo más por estas tierras, hasta que le sea posible seguir el rastro del Dedo Mayor, por las angosturas de Centroamérica. No faltará tanto, sin duda.
Por ahí va el asunto, con una mano ya casi desmembrada del todo, aunque sólo por ahora, y de un modo figurativo, como podrán imaginar.