jueves, 27 de diciembre de 2007

Oasis paceño. (Bolivia III)

Viene de acá

Queridos nuestros... Lamentamos la tardanza en la actualización del blog, pero la vida en La Paz nos ha absorbido de tal manera que la visita al cyber era tarea complicada.
Ni recordamos ya donde nos habíamos quedado, pero intentaremos hacerlo lo mejor posible!
Después de la calida recibida de los Ro´s, bañarnos, lavar nuestra ropa (ya estábamos prácticamente irreconocibles...) y comer como se debe, repusimos fuerzas durmiendo algo mas de lo habitual y , ya bendecidos por el Yatiri, comenzamos a recorrer la ciudad.

En la calle Sagarnaga (circuito comercial autóctono por excelencia)
Nico se apropincuó debidamente de varios instrumentos musicales que solo el sabe como va a transportar y solo los tres dedos restantes saben como va a practicar hasta que aprenda... va bien el muchacho con el charango, detodas formas.





La Paz es realmente llamativa; construida en un valle, la vista desde el Alto es impresionante. Su centro está lleno de gente y transportes públicos de todo tipo y color. Cada dos pasos hay un puestito que ofrece todo tipo de golosinas y utensilios varios. El comercio acá, como en toda Bolivia, está a flor de piel...
Con la Ro fuimos una tarde al Valle de la Luna. Toda La Paz está rodeada de formaciones rocosas impresionantes, pero esta es particularmente llamativa. Los paseos con los Ro´s se extendieron más allá de las fronteras paceñas y pudimos conocer Tiwanaku, ruinas arqueológicas de dicho pueblo preincaico que no son tan conocidas como merecerían ser. Carolina, la simpática guía que nos acompañó nos contaba que el lago Titicaca alguna vez había llegado a los márgenes del asentamiento. Hoy solo están reconstruidos parte de los tres templos saqueados (una vez mas) por los españoles.
Para compensar un poco la aridez rocosa de La Paz, al día siguiente llegamos, en dos horas y tras cruzar la cordillera, a Coroico, la capital de Noryungas, un valle verde lleno de plátanos, monos, café, coca, cascadas y frutas varias. Todo muy lindo… entre otras cosas, gracias a las recurrentes lluvias que, pese a la bendición del Yatiri, no nos perdonaron… Por suerte esta vez estábamos bajo techo y bajo nuestras camas no se formó ningún charco!
Después de 4 días de ese paisaje hermoso, decidimos hacernos los Robinson Crusoe y emprendimos una caminata de 4 horas bajando de una montaña para volver a subir a otra y llegar a Tocaña, pueblo de Afro-Bolivianos dedicados al cultivo de coca y frutas. Al llegar tuvimos la suerte de encontrar a 4 guías de pequeña estatura y corta edad que nos guiaron como expertos exploradores hacia la casa de Don Manuel, el abuelo del pueblo. En el camino, los cuatro hermanos nos fueron mostrando las frutas locales y, entre otras muchas, nos bajaron una papaya que deglutimos en pocos segundos. Don Manuel ese día no tenía ganas de hablar, pero la calurosa bienvenida de su esposa, Maclobia, bien valió la caminata!
Finalmente nos fuimos a lo del Pulga, un antropólogo que nos recibió en su casa y nos llevó a cenar a la casa de Angelica, vieja curandera y partera del pueblo que leía la coca para conocernos un poco más. Felices de la vida y enamorados de Tocaña y su gente, retornamos a Coroico, esta vez en auto, porque somos intrépidos, pero no locos!
Percibiendo el espíritu navideño, retornamos a La Paz, para pasarlo en familia. Los tíos Ro´s estaban ahí esperándonos como siempre, y después de reponer fuerzas, fuimos a la fabrica de tejidos de llama y alpaca donde trabaja Rodrigo. Era el día de repartición de regalos de navidad y, después de hacernos un recorrido para conocer el proceso de fabricación, los Ro´s cargaron la camioneta de leches, chocolatadas, pullovers y juguetes, para repartir en las afueras de La Paz, donde nos esperaban los chicos al costado de la ruta, zarandeando sus manos, y sonriendo de oreja a oreja, sabiendo que no éramos Papa Noel, pero como se acostumbra por estas fechas, la gente suele recorrer estos pueblos alejados con regalos varios.


El domingo, los padres del Rodri organizaron un asado en su casa y contrataron a un conocido parrillero argentino y sus tres ayudantes para deleitar a casi 20 personas entre tíos y primos. Argentina se extraña a veces, pero ese domingo no fue el caso!
Ya era 24… aunque parezca mentira, nuevamente Navidad! Aun sabiendo que en esta fecha se cena con una potente Picana (sopa con cordero, pollo y res y su típico picante), no nos acobardamos y decidimos aportar lo nuestro: un fiambre alemán (valga la paradoja…) y una ensaladita fresca de entrada, para que conozcan algo de nuestras navidades. La cena familiar nos hizo olvidar un poco que estábamos lejos de nuestras casas y, entre regalos y bebidas, la noche llegó a su fin.
Si creían que esto había terminado, se equivocan: al día siguiente, cuando ya creíamos que nada mas cabría en nuestros estómagos, la tía de la Ro nos recibió en su casa con OTRA PICANA MAS!!! Entre otras muchas cosas. Sépanlo: el estómago humano tiene mucha capacidad!
Por la noche continuamos con nuestro habitual Pictionary y preparandonos para estirar al día siguiente nuestras ancas en la pileta del Club de Golf mas alto del mundo.

Como verán, nuestra estadía en La paz ha sido más que un oasis y ya estamos pensando cómo lo vamos a extrañar! Con las pilas cargadas de afecto, esperamos la llegada de la hermana de Nico, con quien partiremos mañana hacia Copacabana (en el lago Titicaca) para empezar el año como 5 dedos en la ruta y cruzar a Peru, en dirección a Arequipa, esperando retomar nuestro abandonado “ipismo”!
PD: Esperamos que este quinto dedo traiga consigo algún elemento de la tradición a la que Don Nestor “Pichón” Macchi nos acostumbró durante varios años… si, si, a la bondiola nos referimos!

La herencia de Giorgio...


Aunque usted no lo crea: 20:30 hs. Sin palabras!

lunes, 24 de diciembre de 2007

Ha nacido una estrella...


No es Homero Simpson, no es Jabba, tampoco el Principito... se trata de una nueva estrella de la música melódica romántica. Dará que hablar, y ya están temblando Alejandro Sanz, Enrique Iglesias, David Bisbal y demás mequetrefes.
Su nombre es Giorgio, no querrán olvidarlo.
Gracias, José, por su arte.

miércoles, 12 de diciembre de 2007

Espaldas secas... (Bolivia II)

Viene de acá.




Potosí es una ciudad construida sobre terreno escarpado, al pie del Cerro Rico, que alimentó de oro y plata (sobretodo plata) a la metrópoli española durante varios siglos. Sus calles, a más de 4000 metros de altura, se elevan endemoniadamente, escoltadas por pintorescos balconcillos de corte castizo. Mucho, se elevan. Mucho. Y con mochilas de casi treinta kilos sobre las espaldas, mucho más. Tanto, que el aire del cuerpo se le va a uno hacia otros lugares, y el cerebro decide, eventualmente, tomarse un descansito… Vamos, que se distrae uno con mayor facilidad, y si le preguntan la hora, pues mira a su interlocutor, sin sospechar siquiera, que esa gordita con dientes forrados de oro, es la maldita cómplice del simpático chorrillo que se lleva nuestra mochila, con equipo de mate y cámara de fotos incluidas… Así llegamos a Potosí; y así quisimos retirarnos, más rápidos que los bomberos, o la eficaz policía del lugar… ¡uy, todavía tenemos que completar la denuncia, que justo los agarramos en fin de semana!
Pasado el disgusto, decidimos quedarnos una noche en la histórica ciudad, y recorrer sus serpenteantes callecitas, y, tal vez, visitar sus minas.



Bueno, recorrimos las callecitas, sí, pero de las minas sólo vimos la entrada, que los domingos es día de descanso, y los mineros se merecen un respiro. El cerro es increíble, y está rodeado de un halo especial, casi mágico. En sus entrañas los túneles cavados durante siglos hacen de él un enorme hormiguero, con más de trescientas bocas de mina en actividad, de las ochocientas que tiene. Sobre el asunto, es imperdible, por documentación y estilo, el pasaje de “Las venas abiertas de América Latina”, de Eduardo Galeano, en el que escribe sobre la sistemática explotación de esta ciudad.
Bien, mucha comida chatarra, mucho vuelta sin rumbo fijo, mucha cerveza “del tiempo”, muchas ganas, vamos, de irnos de Potosí… y así lo hicimos.




De Potosí, directo a La Paz. También de noche. También con frío. Mucho, mucho frío. Mucho, mucho tiempo. Muchas, muchas ganas de orinar. Mucha, mucha simpatía de los choferes, que desagotadas sus propias vejigas, méese el pasaje… Suertudas, sin embargo, algunas de las pasajeras, que no tuvieron ningún impedimento, en la parada de rigor, en descubrir sus faldones, y, acuclilladas como gallinas, ofrendar sus ureas a la Pacha Mama junto al micro.
En La Paz nos esperaban La Ro y El Ro. Ronroneantes amigos paceños, que nos acogieron en su casa con una hospitalidad poco frecuente. Nos bañamos, lavamos la ropa, dormimos en mullidos colchones, comimos deliciosas comidas autóctonas, charlamos largamente con buenos amigos.
A Nicolin0, como cada año más o menos por esta época, se le ocurrió que era buen momento para cumplir años. Y lo era: para festejar, el lunes 10 a la noche, Rodri se despachó con una parrillada al estilo boliviano, y quedó comida para dos semanas (calculamos). Hubo también, sí, una torta de chocolate y dulce de leche. Su cocinera reniega de ella, pero dejamos aquí constancia de que estaba muy rica.


También Marcos (padre de La Ro) nos invitó a comer una exquisita paella en su casa, y de postre, nos llevó a conocer a los Yatiris del Alto, con ritual de ofrendas a la Pacha Mama y al Illimani incluidas.
Hasta ahora, esas son las novedades. Habrá más, no se crean, que ahora que estamos bendecidos no nos para ni la migra.
Hasta la próxima.
PD: Nico agradece los mensajes de cumpleaños y las llamadas a Bolivia, en especial al “Camarón” Daniel y familia.
PD2: Feliz cumpleaños a Boggie también, que quedó en Buenos Aires haciendo la logística del viaje.

Parentela


Mauro, mirá a quién me encontré entre las minas de Potosí... al primo Rober.

Espaldas mojadas... (Bolivia I)





Y pasamos la frontera, nomás. Después de las dudas, decidimos pasar a Villazón, y de ahí seguir subiendo. Hicimos la ruta prevista: primero a Tupiza, luego al salar de Uyuni, a Potosí y, salteando Oruro, directo a La Paz.
Bolivia nos recibió con buen clima, con gente amable y paisajes imponentes, de quebradas, valles, ríos y cerros llenos de minerales.
Como no nos cerraban los horarios de los transportes disponibles (y ya que no quedaban pasajes en el tren directo a Uyuni desde Villazón), decidimos pasar la noche en Tupiza. Es un pueblo chico, volcado, sin embargo, a captar las inquietudes de los turistas que seguirán viaje al salar.
Tras muchas vueltas, una noche durmiendo en cama (después de uno o dos meses de puro aislante), y un buen rato en la plaza del centro, cuyos adolescentes se mostraron afectos al macramé de corte internacional, decidimos contratar un tour al salar, que comprendía el traslado a Uyuni, al salar, la comida y los pasajes a Potosí…
Nos tomamos el tren en clase ejecutiva, porque somos ipis, pero nos gusta darnos ciertos gustitos (y además no quedaban pasajes en otras categorías, todo hay que decirlo). Aprovechamos, pues, para dejar constancia de nuestra admiración por el transporte ferroviario boliviano: el tren que tomamos tenía asientos mullidos y bien reclinables, un mozo que, como si fuera un torero, clavaba sorbetes-banderillas en las botellitas de refresco que luego nos ofrecía con gesto adusto, y, después de la hora de cenar, una alfombra roja extendida a lo largo del vagón, que colaboró grandemente con nuestros aires de nobleza prusiana. Loas y vítores por los trenes de Evo.
Bueno, a un tal Douglas y a nosotros nos esperaban del hostel en el que habíamos reservado habitaciones. Doña Guadalupe, envuelta en un poncho de lana gruesa, y detrás de su vientre orondo, mostraba el cartelito en el que, con visible fibrón estaba escrito el nombre de Douglas, y a puro grito intentaba llamar la atención de Santiago, posiblemente más fácil de pronunciar que los nombre sajones.
La noche, impecable. El agua, caliente. El chofer de la 4x4, Hugo. Hugo fue, entonces, quien nos pasó a buscar para llevarnos al salar: una mancha enorme y blanca en el mapa, que sobre el terreno real tiene nada menos que 12000 kilómetros cuadrados. Una trotadita, nomás.
Allí vimos los hoteles de sal (sí, sí, hechos íntegramente con sal, desde las paredes hasta las barras del bar, las camas y, suponemos, los bidets, ultraabsorbentes). Las pirámides de sal, las montañitas de sal, las casetas de sal, los charquitos de sal… sal imos de ahí con la presión por las nubes, pero chochos de la vida.
Las lluvias de días atrás habían dejado sus marcas en enormes zonas encharcadas, que reflejando todo lo que había sobre el salar (desde las montañas lejanas, hasta los juanetes de Maipa), daba la impresión de ser una extensión del cielo.

Hugo nos deleitó con una quinua hervida y chuletas de res (res istentes a la masticasao), bien acompañado todo con pepino y tomate de la más fresca mata.


Nos quedamos con ganas de hacer el recorrido por las lagunas de colores, que hubiera implicado cuatro días, y unos cuantos dólares por cabeza. Entenderán que no teníamos tiempo que perder.
En un viaje movidito (el sistema de carreteras boliviano no es tan complaciente con la nobleza prusiana), nos fuimos a Potosí, donde llegamos de madrugada, y nos quedamos en el micro hasta el despuntar del alba, cuando los chorros salen gustosos a buscar inocentes palomitas.
¿Palomitas? Cuatro aquí…

lunes, 3 de diciembre de 2007

Tilcara, sin apunarnos...

Habíamos quedado en la ingesta de empanadas a destajo, que marcó nuestra estadía en Salta. Con la panza llena seguimos viaje hacia el norte, en una jornada rarísima para hacer dedo: hubo quien paró y nos ofreció llevarnos, inmediatamente antes de acelerar mientras buscábamos nuestro equipaje; hubo playeros de estaciones de servicio que nos permitían preguntar a los automovilistas sólo si no nos quedábamos en la playa de la estación – o sea: no nos permitían preguntar allí…-; hubo, en fin, dos que viajaron en camión hasta Perico, y luego tuvieron que subir al micro en el que viajaban los otros dos, porque no paraba nadie bajo el sol calcinante.
Llegamos, pues, a Tilcara, después de un viaje agotador, cuando casi anochecía, y en un ratito tuvimos que encontrar camping donde armar las carpas.






Nos instalamos en el camping “Pucará”, siendo los únicos acampantes (si no contamos a “Photo-split”, un ejemplar de fotógrafo abananado, que se retiró del lugar pocas horas después de nuestra llegada) durante toda la estadía.















Tilcara es un lugar hermoso, pintoresco y tranquilo, en el que la gente tiene la insana costumbre de ignorar a los artesanos de joyería en macramé… por lo menos hasta que llevan dos o tres días tirando el paño en la plaza. No vinimos nosotros a modificar el natural de estas gentes, por lo que nos dimos a la peculiar tarea de cortar clavos con los glúteos un buen par de jornadas. No es recomendable: lastima.



Aprovechamos esos días para ejercitar nuestros veloces dedos enhebradores, y conocer los increíbles lugares de la zona: la Garganta del Diablo (sí, aquí también hay una… ¿cuántas gargantas tiene Belcebú?); Purmamarca y su cerro de siete colores, con la “Vuelta de los colorados” incluida; el “lago” artificial de Tilcara – paseo que nadie que venga querrá perderse, lo aseguramos- y, claro, el mismísimo Pucará que inspiró a los dueños del camping en alguna gloriosa jornada bautismal.
















A casi todos estos lugares fuimos con Silvina, Silvio y su pequeña hija, Naira, santafesinos. Los tres andan viajando por el país y el continente en una camioneta, “La Mechi”, pintada por el mismo Silvio, que se dedica al muralismo ambulante. Silvina hace artesanías en vitrofusión y hemos tenido ocasión de compartir con ella el paño, aquí en Tilcara, hacia el final de nuestra estadía, cuando – ¡hay Dios!- cambió nuestra suerte.
Cargada la Mechi, pues, fuimos de acá para allá los siete, compartiendo paisajes, anécdotas y diversos menús.
Los planes, que implicaban seguir viaje hacia Bolivia, quedaron momentáneamente en suspenso, en virtud de la inestable situación política y social del país vecino. Por lo que averiguamos, seguir la ruta que pasa por Villazón, Uyuni, Potosí, Oruro y llega a La Paz, no sería un riesgo. De cualquier modo, entre hoy y mañana decidiremos si el viaje toma un matiz internacional el mismo miércoles, día en que el servicio de trenes boliviano nos permitiría iniciar aquel camino.
Los mantendremos al tanto. Endemientras, abrazos para todos.