Bien, la lluvia. La lluvia ha marcado nuestra estadía en Salta, pero ya hablaremos de eso. La noche de la llegada, finalmente, no trajo mayores complicaciones; debía terminar rápido, y así lo hizo. A dormir sin vueltas.
Despertamos con sol y bastante calor. Nico ya había hecho contacto telefónico con Nacho, el amigo salteño, y nos encontramos con él en el camping. Cayeron algunas gotas, sí, pero creímos entonces que se trataba de una traviesa nubecilla. Con un demonio… Después de charlar animadamente con Nacho y planear nuestros próximos encuentros, nos decidimos, cándidos, a conocer el centro de esta hermosa ciudad. Salimos, bucito sobre los hombros, silbando alguna melodía de tiempos felices. Las gotitas sucesivas insistían en hacer la percusión sobre el asfalto, ¡cuánto nos divertimos entonces!, ¡qué jóvenes desprevenidos, que habían olvidado en las carpas sus protectoras capas de agua!
Tuvimos tiempo para conocer el Mercado Municipal, con su mar de gente hormigueando entre puestitos minúsculos, en los que encontramos ofertas sumamente tentadoras y, diríamos, propias de la ciencia ficción: el kilo de tomates a un peso, la docena de empanadas a siete, dos ananaes por cinco… tres bicocas.
Despertamos con sol y bastante calor. Nico ya había hecho contacto telefónico con Nacho, el amigo salteño, y nos encontramos con él en el camping. Cayeron algunas gotas, sí, pero creímos entonces que se trataba de una traviesa nubecilla. Con un demonio… Después de charlar animadamente con Nacho y planear nuestros próximos encuentros, nos decidimos, cándidos, a conocer el centro de esta hermosa ciudad. Salimos, bucito sobre los hombros, silbando alguna melodía de tiempos felices. Las gotitas sucesivas insistían en hacer la percusión sobre el asfalto, ¡cuánto nos divertimos entonces!, ¡qué jóvenes desprevenidos, que habían olvidado en las carpas sus protectoras capas de agua!
Tuvimos tiempo para conocer el Mercado Municipal, con su mar de gente hormigueando entre puestitos minúsculos, en los que encontramos ofertas sumamente tentadoras y, diríamos, propias de la ciencia ficción: el kilo de tomates a un peso, la docena de empanadas a siete, dos ananaes por cinco… tres bicocas.
También paseamos por la peatonal, conocimos – los que no la conocíamos aún- la Plaza 9 de Julio, y encaramos hacia los 1000 Negocios, una suerte de Babel de artesanos, en la que repusimos la materia prima de nuestra pyme: “Cuatro Hilos Enhebrados S.A”.
Volvimos caminando bajo una pared de agua que forcejeaba para transformar nuestra materia corporal en parte de sí. Ya nadie silbaba, qué esperanza. Si todos los caminos conducen a Roma, en materia de canaletas y cauces de agua, el destino final es la carpa de Nico… ¡qué suerte! La mencionada carpa flotaba, literalmente, sobre algo más parecido a un lago que a un inocente charquito. Operación rescate, pues, consistente en trasladar todas las cosas del interior de la carpa, y a su dueño mismo, sollozante como una niña exploradora – es mentira, es mentira- a la entrada de los baños; un lugar seco y amable, en el que además pudimos entablar conversaciones con otros refugiados.
Volvimos caminando bajo una pared de agua que forcejeaba para transformar nuestra materia corporal en parte de sí. Ya nadie silbaba, qué esperanza. Si todos los caminos conducen a Roma, en materia de canaletas y cauces de agua, el destino final es la carpa de Nico… ¡qué suerte! La mencionada carpa flotaba, literalmente, sobre algo más parecido a un lago que a un inocente charquito. Operación rescate, pues, consistente en trasladar todas las cosas del interior de la carpa, y a su dueño mismo, sollozante como una niña exploradora – es mentira, es mentira- a la entrada de los baños; un lugar seco y amable, en el que además pudimos entablar conversaciones con otros refugiados.
Pasó ésta, como todas las tormentas, y nos permitió recomponer la planta de nuestro campamento base. Macrameando nos pasamos el día siguiente, y nada digno de mención sucedió hasta la noche, cuando Nacho y Alvaro nos llevaron a la peña “La Casona del Molino”.
Una noche irrepetible. Empanadas a destajo; vino con moderación (la ingesta excesiva de alcohol puede afectar la salud. Ley 18778552); casona de estilo colonial; músicos que espontáneamente tomaron la guitarra y el bombo legüero y se despacharon con un buen rato de folclore, dejándonos boquiabiertos (ideal para comer más empanadas).
No viene siendo mucho más que eso, Salta. Algunas (pocas) vueltas con los “mangueros” de pulseras y tobilleras por el centro; empanadas de aquí; macrameamos en el camping; empanadas de allá; chapuzón en la pileta gigante del camping (la más grande de Sudamérica, dicen); empanadas de acullá; más lluvia; más empanadas; hicimos humitas en chala en las precarias condiciones del camping; nueva noche en la peña… y, claro, empanadas.
Eso es todo por ahora. Nos volveremos a encontrar, posiblemente, desde Jujuy. No se pierdan los próximos capítulos.