sábado, 24 de noviembre de 2007

Salta, la mojada


Bien, la lluvia. La lluvia ha marcado nuestra estadía en Salta, pero ya hablaremos de eso. La noche de la llegada, finalmente, no trajo mayores complicaciones; debía terminar rápido, y así lo hizo. A dormir sin vueltas.
Despertamos con sol y bastante calor. Nico ya había hecho contacto telefónico con Nacho, el amigo salteño, y nos encontramos con él en el camping. Cayeron algunas gotas, sí, pero creímos entonces que se trataba de una traviesa nubecilla. Con un demonio… Después de charlar animadamente con Nacho y planear nuestros próximos encuentros, nos decidimos, cándidos, a conocer el centro de esta hermosa ciudad. Salimos, bucito sobre los hombros, silbando alguna melodía de tiempos felices. Las gotitas sucesivas insistían en hacer la percusión sobre el asfalto, ¡cuánto nos divertimos entonces!, ¡qué jóvenes desprevenidos, que habían olvidado en las carpas sus protectoras capas de agua!
Tuvimos tiempo para conocer el Mercado Municipal, con su mar de gente hormigueando entre puestitos minúsculos, en los que encontramos ofertas sumamente tentadoras y, diríamos, propias de la ciencia ficción: el kilo de tomates a un peso, la docena de empanadas a siete, dos ananaes por cinco… tres bicocas.

También paseamos por la peatonal, conocimos – los que no la conocíamos aún- la Plaza 9 de Julio, y encaramos hacia los 1000 Negocios, una suerte de Babel de artesanos, en la que repusimos la materia prima de nuestra pyme: “Cuatro Hilos Enhebrados S.A”.
Volvimos caminando bajo una pared de agua que forcejeaba para transformar nuestra materia corporal en parte de sí. Ya nadie silbaba, qué esperanza. Si todos los caminos conducen a Roma, en materia de canaletas y cauces de agua, el destino final es la carpa de Nico… ¡qué suerte! La mencionada carpa flotaba, literalmente, sobre algo más parecido a un lago que a un inocente charquito. Operación rescate, pues, consistente en trasladar todas las cosas del interior de la carpa, y a su dueño mismo, sollozante como una niña exploradora – es mentira, es mentira- a la entrada de los baños; un lugar seco y amable, en el que además pudimos entablar conversaciones con otros refugiados.

Pasó ésta, como todas las tormentas, y nos permitió recomponer la planta de nuestro campamento base. Macrameando nos pasamos el día siguiente, y nada digno de mención sucedió hasta la noche, cuando Nacho y Alvaro nos llevaron a la peña “La Casona del Molino”.
Una noche irrepetible. Empanadas a destajo; vino con moderación (la ingesta excesiva de alcohol puede afectar la salud. Ley 18778552); casona de estilo colonial; músicos que espontáneamente tomaron la guitarra y el bombo legüero y se despacharon con un buen rato de folclore, dejándonos boquiabiertos (ideal para comer más empanadas).


No viene siendo mucho más que eso, Salta. Algunas (pocas) vueltas con los “mangueros” de pulseras y tobilleras por el centro; empanadas de aquí; macrameamos en el camping; empanadas de allá; chapuzón en la pileta gigante del camping (la más grande de Sudamérica, dicen); empanadas de acullá; más lluvia; más empanadas; hicimos humitas en chala en las precarias condiciones del camping; nueva noche en la peña… y, claro, empanadas.















Eso es todo por ahora. Nos volveremos a encontrar, posiblemente, desde Jujuy. No se pierdan los próximos capítulos.

jueves, 22 de noviembre de 2007

Avanza a Salta (dos casilleros).

Los dados siguen girando, y por ahora eludimos el calabozo. La oca está como loca (lo siento, no podíamos evitar la rima).
Bueno, la última entrada nos quedó sin cola, como el cuis. No había mucho por agregar entonces, así que optamos por cerrarla donde estaba, y en ésta suturamos el tajo (metáfora dirigida al simposio médico familiar).
De la sección Tafí del Valle nos quedó pendiente la visita al Mollar, localidad vecina, distante siete kilómetros del campamento base. Hicimos el camino a pie, guiados por la ya emblemática figura del Metal, ese día muy parecido al David Carradine de Kung Fu. Con la vista en el piso, buscamos piedrecillas con que confeccionar preciosas alajas en macramé.




También tuvimos tiempo de detenernos a sobar los lomos de algunos animalejos, y no faltó una visita al pequeño cementerio del Mollar, ubicado al pie de un cerro. Nos llamó la atención el contraste con la aridez del entorno. El lugar podría ser lúgubre, u oscuro, y sin embargo aquí la muerte tiene sus colores.


Después de un fin de semana afortunado en la venta, seguimos viaje para Amaicha.


No nos fue tan bien con el dedo: Sólo Maipa logró un aventón (queríamos utilizar esta palabra desde hace mucho tiempo, sabrán entender...). Los tres dedos restantes permanecieron en la ruta, hasta la llegada, cerca de las ocho y media de la noche, de un colectivo de línea que cruzó el sinuoso camino de montaña, entre cardones y peñascos.

Doña Juana nos recibió en su humilde camping. No sólo nos facilitó el patio para acampar, sino que también nos abrió las puertas de su corazón, desplegando frente a nosotros, con sumo detalle, los pormenores de una reciente separación. Sólo decir - no es cosa de caer en chusmeríos- que el ex marido, muy chaparrito él, vivía a escasos quince metros de la chilena Juana, por lo que tuvimos oportunidad de presenciar algún que otro intercambio de ideas entre ellos. Sublime, por cierto.

Como si lo anterior fuese poco, Maipa logró hacer su radiografía del simpático personaje, y ahora deleita al resto del grupo con un refinado acento trasandino, que deja la impresión de haber expandido la comitiva a cinco integrantes, en lugar de cuatro. (¡Ya!).



En un día redondo, salimos de Amaicha a dedo hacia las ruinas de Quilmes. Los cimientos reconstruidos de una ciudad al pie de un cerro, en la que habitaron, en su época dorada, entre seis mil y ocho mil quilmes. Es trágico el final de este pueblo, que luego de una larga resistencia a la conquista española, y ante la inminencia de la derrota, en la batalla final decidió, casi en su totalidad, morir antes que ser esclavos: las mujeres, con sus hijos en brazos, y muchos de los hombres que quedaban, se lanzaban desde el cerro. Los que sobrevivieron fueron obligados por el gobernador colonial de Tucumán, Mercado y Villacorta, a caminar hasta la provincia de Buenos Aires, muriendo muchos en el camino. Pocos años después, habían desaparecido todos los quilmes puros.
La planta del pueblo, con sus habitaciones comunitarias y sus silos, protegida por una muralla de piedras, y dos atalayas desde los que se observa todo el valle, es impresionante. En el centro de la planta, un observatorio astronómico que deja constancia de las avanzadas inquietudes científicas del pueblo quilmes, bajo la influencia del imperio incaico. Más de quinientos años después, en ese mismo lugar, recibíamos la llamada de Josechu en el celular de Maipa. La elipsis está servida. Un Kubrick ahí, por favor.


Hoy, junto a las ruinas, cuya administración reclaman por derecho quince comunidades indígenas de la zona, una empresa construyó un Hotel-Resort, que embellece el paisaje con su cuidada pileta, y desde cuyo solarium, cualquiera que pueda pagarlo, puede tener el privilegio de broncearse, mirando distraídamente hacia el Cerro alto del Rey.

De Quilmes a Cafayate, en una pegada monumental, dos autos nos levantaron por parejas, y no tuvimos que hacer dedo más que un rato.
No hay uno de nosotros cuatro que no se haya quedado enamorado de Cafayate: un pueblo prolijo, pintoresco, en el que la gente camina con calma y una sonrisa permanente. Encima, paramos junto a los viñedo de la bodega Domingo Hermanos, cuyo tinto probamos religiosamente en una choripaneada nocturna.


Tres días estuvimos en Cafayate, haciendo y vendiendo más pulseritas, y profundizando con método nuestro incipiente ipismo. No tenemos hipo; somos ipis. ¡No al E-330!


En colectivo, llegamos hasta la Garganta del Diablo, donde estuvimos tirando el paño y pasando sed desde el mediodía hasta las seis y media de la tarde. No fue mala la experiencia: conocimos la Garganta y el Anfiteatro, que son impresionantes como todo el resto del valle.

A la tarde, como nos había prometido temprano, Esteban y su familia nos pasaron a buscar de regreso a Salta, y nos cargaron en la caja de su camioneta. No era grande el lugar, vamos a decirlo, y tuvimos que acomodarnos como pudimos, con mochilas, guitarra y la macrocefalia de algunos de nosotros que no viene al caso nombrar....
El trayecto duró un par de horas, en las que el vientito tibio de los valles resultó sumamente agradable... y premonitorio: Salta nos recibió con lluvia copiosa. Nobleza obliga: nos dio tiempo a armar las carpas, con adaptaciones de varillas incluidas (¡pero qué simpática la empleada de Pehuén, válganos el cielo!, ¡cuánto la queremos!).
Así terminó nuestra primera noche en suelo salteño, amuchados bajo un tinglado que en el camping municipal se empeñan en llamar "quincho", junto a un pequeño grabador que cantaba a los gritos una cumbia zumbona, propiedad de un muchacho algo afectado por la ingesta excesiva de bebidas alcohólicas, obsesionado en manifestar una y otra vez su deseo de ser feliz. Un momentito exquisito, con el que La Linda quiso agasajar nuestra bienaventurada llegada.

viernes, 9 de noviembre de 2007

La grande finale...





Bien, finalmente logramos juntarnos(foto1), después de perseguirnos como gatos y ratones durante unos cuantos días... El cismo fue en Tafí del Valle, Tucumán (foto2), después de un ascenso selvático, que parecía el desarrollo de un sueño, tras veinticinco horas en tren.





El asentamiento del grupo completo es en "lo de Don Alejandro": un simulacro de camping, con vista a lo que fue un río y ahora es un cauce pedregoso sin agua, pero con fondo de montañas que es una locura. A la apertura de la puerta de la carpa sigue una vista increíble, que se agradece todas las mañanas.





La llegada, aunque sólo sea para tener algo que contar, vino cargada de dificultades... La simpatiquísima empleada del negocio en el que compramos una de las carpas, nos vendió una Hi-Camper, con varillas de Sunterra, como quince centímetros más largas: fenomenal, fantástico, sublime; a las once y media todavía estábamos recortando varillas, probando armados y volviendo a recortar... Las brochettes de festejo tuvieron que esperar un rato, pero cuando llegaron fueron increíbles. Las comimos, por supuesto, a la salud de la simpática empleada.





En el tiempo que estuvimos separados, Maipa y Nico sufrieron un proceso de mutación drástica, que los llevó a transformarse en hippies artesanos. No pasó mucho tiempo hasta que María y Santi padecieron el mismo síndrome: ahora estamos los cuatro haciendo pulseras, collares, tobilleras, en pulcrísimo y refinado macramé. ¡Ah!, y se vienen los apoyavasos. ¡No se los querrán perder!.





Como todos los hippies, somos gregarios. Algunos de los integrantes de nuestra horda promiscua: El Metal y su pequeño cachorrillo Igor, Chicho y Natalia (con su ratón Horacio, un ejemplar de laboratorio de enormes testículos), Sebastián y Florencia, Gustavo y Melina y su pequeña Margaríta, la perrita vomitapaños.





Sí, sí, tiramos el paño en la calle, tenemos los pies sucios y todos menos Santi (por evidentes razones) tenemos piojos. Santi tiene garrapatas. (foto2)





Intentaremos en las próximas entradas profundizar la descripción de algunos de los personajes mencionados (incluyendo, por supuesto, a Don Alejandro, especimen autóctono y particularísimo).





En otro orden de cosas: las empanadas que comimos anteanoche, como esperábamos, estaban de rechupete. No incursionamos en el vino, pero las regamos con la sagrada cerveza Norte, que es un elixir.





A los curiosos de la metereología: esto es muy raro, de mañana un cielo limpio y un sol caliente; hacia la tarde comienzan a aparecer algunas nubecillas, desde el otro lado de la montaña; de noche, a veces, viento y llovizna, a veces estrellas (millones de ellas). Como verán, salvo huracanes, hemos tenido de todo en tan sólo tres días.





Nuestros planes son seguir subiendo hacia Salta, probablemente con alguna escala, a partir del lunes o martes (acá hay que aprovechar el fin de semana, que traerá cuantiosas ganancias a nuestra empresa artesanal: ¡flower power!, ¡la imaginación al poder!, ¡no al E-330!).

sábado, 3 de noviembre de 2007

Rosario - Tucuman... sin escalas!






Buenas y santas!!! como les baila?!!

habiamos quedado hace un par de dias atras en la descompostura causada por aquel pancho.........
despues de recuperarnos, e intentar vender algo por la costanera (sin mucho exito), el clima parecia ir mejorando, y al acostarno en una estrellada noche , nos levantamos con una fuerte lluvia de granizo y con un camping inundado en su totalidad. Tuvimos suerte de no haber puesto las carpas en un desnivel, de lo contrario hubieramos echo buen uso de nuestras antiparras. conocimos a unos artesanos en el camping que nos invitaron a tirar el paño en un lugar cerca de la peatonal, y tambien conocimos a otro chico, "mario" que no hizo acordad mucho a nuestro querido amigo pablito corrial. era caricaturista y antes de irnos nos regalo dos caricaturas (foto 1 y 2)que las veran pronto cuando traigan el cable... (parecemos politicos, prometiendo).
decidimos comprar los pasajes en tren hacia tucuman, y salimos el viernes a las 5 de la tarde (foto3). Hoy nos encontramos en Tucuman. El calor nos recibio con los brazos abiertos. como de costumbre no podia dejar pasar de largo, las empanaditas tucumanas que las hacen con matambre cortado a cuchillo y sin papas en horno de barro.... muy buena. De todas formas esta noche vamos a una peña a rompernos el paladar con ellas y calmarlo con vino y cerveza! mientras miramos algun espectaculo folklorico.
Calculamo estar saliendo mañana bien temprano en micro hasta una localidad cercana para comenzar a hacer dedo e ir a Tafi del valle y Amaicha del valle, ya que aca el tema del alojamiento se complica.. hay solo un camping municipal gratis pera esta en una parque publico rodeado de dos avenidas sin alambrado alguno. ...Bueno eso es todo amigos, despues contamos como Salio la peña.....